
TÍTULO: DON FELIPE DE LA MANCHA –QUIJOTE
DEL SIGLO XX-
NÚMERO DE PÁGINAS: 252
ÍNDICE.- Comprende DIEZ GRANDES
VIAJES CON OCHENTA Y NUEVE CAPÍTULOS.
ARGUMENTO: Se narra un viaje imaginario
de don Felipe González –a la sazón Presidente
del Gobierno de España y de la Comunidad Europea-, acompañado
de su buen amigo don Javier Solana – Ministro de Exteriores
y después Secretario General de la OTAN -, por más
de VEINTICINCO PAÍSES DE LOS CINCO CONTINENTES, con las
aventuras más disparatadas y graciosas, y la esperanza de
gobernar el mundo, él solo, sin guerras ni fronteras, como
una gran familia. "Las guerras son obsoletas, Javier, de otro
tiempo: Las guerras son el fracaso del género humano".
Y en otro lugar: "¿No ves el cielo?: las estrellas
en su sitio, sujetas a una ley universal; si una sola fuera por
libre, el universo se destruiría. ¿Qué ocurre
con nuestro cuerpo?: hay orden porque cada parte mira por las demás. ¿Va
a ser distinto nuestro planeta?"
PROLOGO
-¿Cuándo me dejarás que lea tu libro, abuelo?
-Cuando seas mayor.
-Tu sabes que la historia me apasiona.
-Mi abuelo, un día, me lo dio a mí para que lo guardara;
yo haré lo mismo contigo en su momento.
-¿Y cuándo será ese momento, abuelo?
-Más adelante; pero te contaré algo de su contenido,
escucha: Hace unos cien años, a finales del siglo veinte,
hubo en España un Presidente de Gobierno que soñaba
con ser el Presidente del planeta. Se llamaba don Felipe González
Márquez.
-¿Y qué tenía de particular, abuelito?
-Entonces no era como ahora, ¿sabes?: cada nación
vivía encerrada en sus fronteras y gobernada sin contar
con las demás naciones, las cuales se enfrentaban unas a
otras por un trozo de tierra; había pueblos que pasaban
hambre, mientras que otros, más poderosos, tiraban la comida.
Era la Prehistoria de la Historia.
-¿Y qué hizo don Felipe González, abuelo?
-Pensó en la locura de ir cada uno por su lado. En este
libro se cuenta la transición de aquella forma de gobernar
a la de hoy. Aunque te parezca imposible, vivieron así muchos
años, y costó lo suyo para alcanzar el monogobierno
terrestre que tenemos nosotros. Es un libro interesante; como un
tesoro me lo entregó mi abuelo.
-¿Y quién escribió este libro?
-Alguien que vivió en aquellas fechas, llamado Francisco
Tomás Ortuño, y que tuvo la feliz idea de reflejar
cuanto sucedía, pensando que lo que contaba podía
ser luego, como lo fue, un documento de inestimable valor.
-Déjame ya el libro, abuelo: lo conservaré como oro
en paño.
PRIMERA PARTE
PRIMER VIAJE: FRANCIA - LIBANO - PAKISTAN
CAPITULO 1 (1-9-95)
DON FELIPE DE LA MANCHA
En un lugar de su mente, halló don Felipe un día
un mundo extraño y maravilloso que, sin saber cómo,
había forjado su imaginación. Y sintiéndose
bien allí, desde entonces vivió más tiempo
dentro que fuera de él. Concibió pronto la peregrina
idea de recorrer el mundo y conocer por sí, de primera mano,
sus desigualdades, para corregirlas después cuando gobernara, él
solo, las naciones todas de la Tierra. Con tales pensamientos,
se llamó a sí mismo don Felipe de la Mancha, en recuerdo
de don Quijote, paradigma de caballeros andantes, por quien sentía
especial admiración.
Felipe González nació en Sevilla, en 1942, y trabajó muy
pronto en la Hermandad Obrera de Acción Católica
-HOAC-; pero tuvo que ser, mejor, tras ingresar en las Juventudes
Socialistas, en 1962, cuando sintió por primera vez la llamada
imperiosa de ayudar a los obreros. En 1964 fue miembro activo del
PSOE, y en 1970 entró a formar parte de su Comisión
Ejecutiva. En 1974 fue elegido primer Secretario General, reelegido
en 1979 y Diputado por Madrid.
-¿Te acuerdas, Carmen -le decía a su señora-,
de cuando éramos como el común de los mortales?; ¡quién
te iba a decir entonces, "chiquiya", que ibas a ser la
primera dama entre las mujeres! ¿Cómo nos conocimos?
-Cierto, Felipe -le respondía ella-, ¿cómo
podíamos ni sospechar que llegarías tan alto? Nos
conocimos en una fiesta; yo descubrí en el brillo de tus
ojos y en la fuerza de tus palabras, que estabas destinado a gobernar.
-¿Cómo era el brillo de mis ojos?, ¿cómo
eran mis palabras?
-Eran fuego, Felipe; tanto el brillo de tus ojos como tus palabras
eran fuego; yo sucumbí a su encanto, y ya no pude separarme
de tu lado; fuiste un imán, un potente imán para
mi pobre personilla.
-¡Cómo te envidiarán hoy todas las mujeres!
-Sin duda, Felipe, pero no está bien que tu lo digas.
-¿Por qué?, ¿acáso no querrían
ellas ocupar tu puesto?, ¿ser la señora del Presidente
de la Comunidad europea?
-Que otros lo piensen, bueno; pero que tu lo digas no está bien
-le reprochaba doña Carmen.
-Siempre fuiste modesta.
-Y tu vanidosillo, Felipe; ya siendo adolescente, porque te conocí siendo
eso, un adolescente, lo advertí: "Es orgulloso y tenaz,
puede llegar muy alto, como las águilas; puede alcanzar
la gloria si se lo propone". Y así ha sido: Has alcanzado
la gloria, Felipe.
-Sigue, Carmencita, que tus palabras son dulces como la miel, suaves
como la música: nada me relaja tanto como escucharte, sigue,
por favor.
-Si, Felipe, en la vida todos sueñan como tu entonces, pero
pocos logran alcanzar sus sueños. Solo los elegidos.
-Dices bien, pocos hemos llegado a ser emperadores; porque yo me
cuento entre los pocos emperadores que en el mundo han sido. Con
los dedos de una mano, Carmen, con los dedos de una mano; y yo
uno de ellos. Hoy, ¿quién más que yo?: Presidente
de España y de Europa por decir algo; pero, ¿qué soy
en Africa, en Asia y en América?: su protector, su guía;
si vieras cómo me reciben, Carmen, por donde voy, con el
himno nacional y las fuerzas en posición de firme.
-Baja, baja, Felipe, que esas alturas dan vértigo, y las
caídas pueden ser peligrosas. La suerte te ha sonreído
y eso es todo.
-La suerte, la suerte; no te digo lo que pienso, pero no hay quien
me lo quite de la cabeza.
-¿Qué piensas, Felipe?, tu esposa debe saberlo.
-Curiosilla.
-Dime, marido mío.
-¿Cuántos caudillos ha habido en la historia de todos
los tiempos?, dime, ¿cuántos?, haz memoria.
-Hijo, no sé, así a botepronto me lo pones difícil,
pero los hubo y los habrá -respondía ella divertida.
-Muy pocos, Carmen, muy pocos, haz memoria: Alejandro Magno en
el siglo IV antes de Cristo, rey de Macedonia, que venció a
los persas, conquistó Jerusalén y entró en
Egipto, donde recibió el título reservado a los faraones;
Julio César, siglo I, que tras vencer a los pompeyanos,
fue soberano absoluto; ¿quién más?
-Descansa, Felipe, que estás excitado; ¿a qué vienen
ahora las vidas de esos personajes que ya nadie recuerda?
-Por ellos, mujer, por ellos el mundo que tenemos es como es. ¿Tu
crees que sin estos caudillos todo sería lo mismo? No: han
sido destinados a marcar el rumbo de la historia. ¿Y Carlomagno?, ¿qué me
dices de Carlomagno, emperador coronado por el Papa?, ¿no
fue providencial Carlomagno? Pocos más, querida, pocos más.
Napoleón en Francia. Y ahora yo.
-Hay muchos más, querido.
-Muy pocos, Carmencilla, y yo uno de ellos.
-¡Felipe!
-Si, te lo digo como lo siento, me veo en la lista de esos pocos
héroes.
-¡Felipe!, ¿te encuentras bien?
-Me estoy convirtiendo en Dios.
-¿Qué dices?
-No te asustes, querida, que eso ya lo dijo Vespasiano, emperador
que inició las obras del Coliseo de Roma.
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